Muchos tienen la costumbre de hablar con
su ángel de la guarda.
Otros tienen al ángel de la guarda un
poco olvidado. Quizá escucharon, de niños, que existe, que nos cuida,
que nos ayuda en las mil aventuras de la vida. Recordarán, tal vez,
haber visto el dibujo de un niño que camina, cogido de la mano, junto a
un ángel grande y bello. Pero desde hace tiempo tienen al ángel
“aparcado”, en el baúl de los recuerdos.
Necesitamos renovar nuestro trato
afectuoso y sencillo, como el de los niños que poseen el Reino de los
cielos (cf. Mt 19,14), con el propio ángel de la guarda. Para darle las
gracias por su ayuda constante, por su protección, por su cariño. Para
sentirnos, a través de él, más cerca de Dios. Para recordar que cada uno
de nosotros tiene un alma preciosa, magnífica, infinitamente amada,
invitada a llegar un día al cielo, al lugar donde el Amor y la Armonía
lo son todo para todos. Para pedirle ayuda en un momento de prueba o
ante las mil aventuras de la vida.
Necesitamos repetir, o aprender de cero,
esa oración que la Iglesia, desde hace siglos, nos ha enseñado para
dirigirnos a nuestro ángel de la guarda:
Ángel del Señor, que eres mi custodio,
puesto que la Providencia soberana me encomendó a ti,
ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname en este día.
Amén.
(Fuente: Catholic.net)
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