La Eucaristía es el pan de los peregrinos que tienen siempre el corazón y los ojos orientados hacia el horizonte, esperando la llegada del día definitivo, el día de la venida de Jesús.
Una vez, acompañando a la Madre Teresa de Calcuta, fui testigo de una encantadora escena en la que se hizo evidente la interioridad de aquella extraordinaria creyente completamente modelada por la Eucaristía.
La Madre se dirigía a una parroquia de Roma y yo la acompañaba con otras dos hermanas. Estábamos de pie en la parada de autobús. Mientras esperábamos, de repente se paró junto a nosotros un coche. El conductor evidentemente había reconocido a la Madre y queriendo tener un gesto cortés, le dijo: “Madre, ¿qué espera?”. Sin dudarlo un instante, la Madre le respondió: “¡Espero el Paraíso, hijo mío!”. Todos sonreímos pero, realmente, la Madre Teresa nos había recordado una verdad cristiana fundamental. […]
San Francisco de Asís, cuando en la lejanía avistaba un campanario, se ponía de rodillas y adoraba a Jesús presente en la santa Eucaristía. Narra Tomás de Celano (fraile italiano de la orden de los franciscanos, autor de tres hagiografías sobre San Francisco de Asís): “Un día, los hermanos le pidieron con insistencia que les enseñara a orar porque, comportándose con sencillez de espíritu, todavía no conocían el oficio divino. Y él les respondió: Cuando oréis, decid: ¡Padre Nuestro!; y: Te adoramos, oh Cristo, en todas las iglesias que hay en el mundo y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste el mundo.
Fuente: Comastri, Angelo: Dios es amor.
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