EVANGELIO DOMINICAL: ¿Perdonar al hermano sus ofensas hasta siete veces? NO... hasta setenta veces siete
Evangelio: Mateo 18, 21-35 (...)
Queridos amigos y hermanos del blog: no es fácil perdonar; sobre todo cuando hay heridas profundas, cuando el que nos ofende no da muestras de arrepentimiento. El ser humano siente la necesidad de justicia; incluso, lo acecha el impulso a la venganza. En este 24º domingo durante el año, la liturgia nos plantea un tema crucial para el cristiano: la necesidad de perdonar. Jesús ilustra su respuesta a Pedro con una contundente parábola. Si la misericordia de Dios es infinita, ¿hasta dónde llega la nuestra?
En el Antiguo Testamento se contienen en germen las verdades que luego, predicadas por Cristo, florecen en el Nuevo. A veces es más que un germen, es un verdadero anticipo del Evangelio, como puede verse en la lectura primera de este domingo, que habla del deber del perdón (Ecli 27, 30-28, 7). “Perdona las ofensas a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud a su Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?” (ib 28, 2-4). Si al antiguo pueblo de Dios se le pedía ya tanto, no menos se le puede exigir al nuevo, que ha escuchado las enseñanzas del hijo de Dios y le ha visto morir en cruz implorando perdón para sus verdugos.
Jesús perfeccionó la ley del perdón extendiéndola a todo hombre y a cualquier ofensa, porque con su sangre ha hecho a todos los hombres hermanos -y por lo tanto prójimos los unos con los otros- y ha saldado los pecados de todos. Por eso cuando Pedro -convencido de que proponía algo exagerado- le pregunta si debe perdonar al hermano que peque contra él hasta siete veces, el Señor le responde: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-22). Expresión oriental que significa un número ilimitado de veces -equivale a siempre- ya usado en la Biblia en el canto feroz de Lamek, que se jacta de vengarse de las ofensas “setenta veces siete” (Gn 4, 24).
Aunque por el orgullo y el espíritu de venganza inserto en el hombre caído, pueda a veces costar perdonar, es siempre condición indispensable para obtener el perdón de los pecados. No hay escapatoria: o perdón y ser perdonados, o negar el perdón y ser condenados. “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo -concluye la parábola- si cada cual no perdona de corazón a su hermano” (Mt 18, 35).
Retorna la admonición de la primera lectura: “Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; recuerda los mandamientos y no te enojes con el prójimo… y perdona el error” (Ecli 28, 6-7). Son lecciones que nunca se meditan bastante y que deben inducir a hurgar en el propio corazón para ver si anida en él algún resentimiento o malquerencia contra un solo hermano. No en vano nos ha enseñado Jesús a orar así: “perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6, 12).
Señor Jesús, nuestro Redentor y Maestro, danos la fuerza de perdonar a los otros, para que nosotros seamos perdonados verdaderamente por ti.
Señor Jesús, nuestro Redentor y Pastor, infunde en nosotros la capacidad de amar, como tú quieres que, a tu ejemplo y con tu gracia, te amemos a ti y a todos nuestros hermanos” (Pablo VI, Enseñanzas, v 2).
Jesús le respondió a Pedro que era necesario perdonar no siete, sino setenta veces siete, es decir, siempre. Hermanos: la misericordia, el perdón y la compasión son actitudes básicas del cristiano. Sólo así viviremos a la manera de Dios, que es bondadoso y compasivo, lento para el enojo y de gran misericordia.
Con mi bendición.
Padre José Medina
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