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Nuestra relación con Dios, la forma en la que lo amamos, vivimos la fe y depositamos nuestra esperanza en El.
Cree, ama y espera
Una casa se incendió una noche. Los
padres y los hijos corrieron afuera. Sin embargo, un niño de cinco años,
escapó a sus padres y quedó atrapado en el segundo piso. El padre vio
al niño en la ventana rodeado de humo. Le gritó, ¡Salta, yo te recibiré
en mis brazos! Pero el niño gritó, Papi, no puedo verte. El padre
respondió, No importa, yo sí te puedo ver a ti. ¡Salta!
Dios nos ve, aunque nosotros no lo
veamos, pero tenemos que confiar en Él, pues es nuestro Padre. El
cristiano ha recibido el don inmenso de poder decir a Dios: Padre
nuestro. ¿Qué podrá negar a los hijos que piden, habiéndoles antes
otorgado el que fuesen hijos? (San Agustín).
Las virtudes teologales de fe, esperanza
y amor, van muy unidas, tanto que casi son la misma cosa pero expresada
de diferente manera según el quién y el para qué. La Escritura nos ha
desvelado la relación entre la falta de amor e increencia:
El que no ama no conoce a Dios, porque
Dios es amor (1Jn 4,8). Dios es amor, y quien permanece en el amor
permanece en Dios y Dios en él (1Jn 4,16). Estas palabras expresan con
claridad el corazón de la fe cristiana.
¿De qué le sirve a uno decir que tiene
fe si no tiene obras? (St 2,14-18). Sólo el amor efectivo en la vida de
los creyentes manifestará creíblemente al mundo su fe, dará testimonio
efectivo de que conocen a Dios y de que han creído en su amor. La fe sin
la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento
sometido a un constante vaivén de dudas.
(Fuente: Catholic.net)
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