Las lecturas de este domingo nos
hablan del amor... del amor en sus dos dimensiones: amar a Dios y amar
al prójimo. En estos dos mandamientos se encierra la voluntad de
Dios, la cual nos ha sido revelada en la Sagrada Escritura. Nuestra
relación con Dios va en sentido vertical y nuestra relación con el
prójimo va en sentido horizontal, como formando una cruz, en la cual
uno y otro eje son indispensables. No puede separarse uno del otro.
Veamos el primero de los dos mandamientos: amar a Dios. Nos dice Jesús en el Evangelio que éste es “el más grande y el primero de los mandamientos” (Mt. 22, 34-40). Pero... ¿en qué consiste? ¿Qué significa amar a Dios? El mismo Jesús nos lo dice: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos” (Jn. 14, 15). Amar
a Dios, entonces, es complacer a Dios. Quien ama complace al ser
amado. Amar a Dios es tratar de agradar a Dios en todo, en hacer su
Voluntad, en cumplir sus mandamientos, en guardar su Palabra. Amar a
Dios es también, amarlo a El primero que nadie y primero que todo. Y
amarlo con todo el corazón y con toda el alma significa estar
dispuestos a cumplir sus deseos y a entregarnos a El sin condiciones.
Ambos mandamientos -el amor a Dios y el amor al prójimo- están
unidos. Uno es consecuencia del otro. No podemos amar al prójimo sin
amar a Dios. Y no podemos decir que amamos a Dios si no amamos al
prójimo, pues el amor a Dios necesariamente se traduce en amor al
prójimo.
Como el Señor nos manda a “amar al prójimo como a nosotros mismos”, debemos ver qué significa eso y cómo se ama así. ¿Qué es amarse a uno mismo?
Vale la pena aquí
detenerse un poquito, para revisar lo que se ha dado por llamar
“auto-estima”, concepto que ha pretendido basarse en esta frase del
Señor, en la que se dice que El nos manda a amarnos a nosotros mismos.
Pero, viéndolo bien... ¿qué es amarse a uno mismo? ¿Significa amar a
alguien estimar sus cualidades o, más bien, amarlo significa buscar su
bien sin tener en cuenta cualidades y defectos? Asimismo, ¿significa
amarse a uno mismo estimar las cualidades propias o, en cambio,
significa buscar el propio bien y la propia complacencia? Apreciar las
propias cualidades y el propio valer es estimarse a uno mismo. No
significa esta estima amarse a uno mismo. Amarse a uno mismo es otra
cosa: es buscar el propio bien y la propia complacencia. Y ésa fue la
medida mínima que Dios nos puso para amar a los demás.
¿Qué nos quiere decir el
Señor, entonces, cuando nos pide amar al prójimo como a uno mismo?
Nos quiere decir que desea que tratemos a los demás como nos tratamos a
nosotros mismos. Si nos fijamos bien, somos muy complacientes con
nosotros mismos: ¡cómo respetamos nuestra forma de ser y de pensar!
¡Cómo excusamos nuestros defectos! ¡Cómo defendemos nuestros derechos!
¡Cómo nos complacemos nosotros mismos, buscando lo que nos agrada y lo
que necesitamos o creemos necesitar!
El precepto del Señor de
amar a los demás tiene esa medida: la medida de cómo nos respetamos y
nos complacemos nosotros mismos. Dicho más simplemente: debemos
tratar a los demás como nos tratamos a nosotros mismos, complacer a los
demás como nos complacemos a nosotros mismos, ayudar a los demás como
nos ayudamos a nosotros mismos, respetar a los demás como nos
respetamos a nosotros mismos, excusar los defectos de los demás como
excusamos los nuestros, etc, etc.
Amar al prójimo como a uno mismo no significa, por tanto, auto-estimarse, sino más bien seguir este otro consejo de Jesús: “Traten a los demás como quieren que ellos les traten a ustedes” (Lc. 6, 31). Nos amamos tanto a nosotros mismos que esa fue la medida mínima que puso el Señor para nuestro amor a los demás.
Debemos tener en cuenta,
además, que nuestro amor al prójimo no puede depender de las
cualidades de ese prójimo, ni siquiera de cómo sea el trato que ese
prójimo nos dé. Nuestro amor a los demás depende, más bien, del hecho
de que todos somos creaturas de Dios.
¿Cómo se ama al otro?
Para contestarlo en pocas palabras: amar al otro es pensar en las
necesidades del otro antes que en las necesidades propias. Es cumplir
esta petición de Jesús: “Hagan a los demás todo lo que quieran que hagan a ustedes” (Mt. 7, 12).
Una lista más
completa la tenemos en las Obras de Misericordia, tanto espirituales,
como corporales, que nos propone la Iglesia Católica. En esa lista
vemos cómo amar al prójimo es estar atento a sus necesidades, que
pueden ser espirituales (enseñar al que no sabe, dar buen consejo al
que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar las injurias,
consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás,
rogar a Dios por vivos y difuntos); o materiales (dar de comer al
hambriento, dar techo al que no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a
los enfermos y presos, enterrar a los muertos, redimir al cautivo, dar
limosna a los pobres).
Sin embargo, es fácil
amar a quienes nos aman y hacer bien a quienes nos hacen bien, pero
cosa difícil es amar a quienes no nos tratan bien o a quienes
-voluntaria o involuntariamente- nos causan algún desagrado o algún
daño. Pero recordemos que Jesús nos ha dicho: "Amen a sus
enemigos y recen por sus perseguidores. Así serán hijos de su Padre
que está en los cielos. El hace brillar el sol sobre malos y buenos, y
caer la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt. 5, 43-45). Precepto
difícil de cumplir, pero no imposible, pues Dios no puede pedirnos
nada imposible. Amar a los enemigos significa perdonarlos, a pesar de
lo que nos hagan, no desearles mal ni buscar la venganza y la
retaliación, sino en cambio, desearles el bien y procurárselo cuando se
presente la oportunidad.
Para tomar la medida de nuestro amor al prójimo podemos revisar en San Pablo su descripción del amor fraterno: “El
amor es paciente y servicial. No tiene envidia. No actúa con
bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la
ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra del mal.
El amor disculpa todo... todo lo soporta” (1 Cor. 13, 4-7).
Decíamos que Jesús nos dio
una medida mínima para nuestro amor al prójimo: amarlo como nos amamos
a nosotros mismos. Pero también nos dio una medida máxima, que El nos
mostró con su ejemplo: “Ámense unos a otros como Yo los he amado” (Jn. 15, 12). Y El nos amó mucho más que a sí mismo.
(Fuente: "homilia.org / La Homilía de este domingo")
es muy chulo 0:)
ResponderEliminarEl amor a Dios es amar a toda la gente que esta contigo como a la familia, a los abuelos, a los padres y a los que ya no están con nosotros.
ResponderEliminarEs un texto muy bonito par que
ResponderEliminarhabla del amor al prójimo y de todo eso
Dios es lo mejor que me ha pasado en la vida porque él a veces me ha ayudado en la vida porque le he pedido muchos deseos
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