Lucha para conseguir que el Santo Sacrificio del Altar sea el centro y
la raíz de tu vida interior, de modo que toda la jornada se convierta en
un acto de culto –prolongación de la Misa que has oído y preparación
para la siguiente–, que se va desbordando en jaculatorias, en visitas al
Santísimo, en ofrecimiento de tu trabajo profesional y de tu vida
familiar... (Forja, 69)
No comprendo cómo se puede vivir cristianamente sin sentir la
necesidad de una amistad constante con Jesús en la Palabra y en el Pan,
en la oración y en la Eucaristía. Y entiendo muy bien que, a lo largo de
los siglos, las sucesivas generaciones de fieles hayan ido concretando
esa piedad eucarística. Unas veces, con prácticas multitudinarias,
profesando públicamente su fe; otras, con gestos silenciosos y callados,
en la sacra paz del templo o en la intimidad del corazón.
Ante
todo, hemos de amar la Santa Misa que debe ser el centro de nuestro día.
Si vivimos bien la Misa, ¿cómo no continuar luego el resto de la
jornada con el pensamiento en el Señor, con la comezón de no apartarnos
de su presencia, para trabajar como El trabajaba y amar como El amaba?
Aprendemos entonces a agradecer al Señor. (Es Cristo que pasa, nn. 153-154)
(Fuente: "Opus Dei")
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