MI MEJOR NAVIDAD
Todos los años, unos días antes
de la Navidad, mis hermanos y yo hacíamos un gran Belén en la casa grande de
los abuelos. Y poníamos pastores, con ovejas sobre los hombros, ocupaban
la entrada del portal. Uno de ellos era más joven que los demás, y tenía los
ojos muy grandes. Le habíamos puesto un nombre: el Papán, que significa el que
tiene cara de asombro.
Pues bien, recuerdo que en una
ocasión,
después de poner al Papán al lado derecho del portal, me pasó una cosa
muy rara. Es como si yo me convirtiera en el Papán, y estuviese allí, mirando
al Niño con mis ojos bien abiertos. Estaba viendo algo maravilloso. Una hora
antes, cuando estábamos medio dormidos, unos ángeles se nos habían aparecido y
nos habían dicho que el Mesías había nacido en Belén. Y ahora yo estaba allí,
con un cordero sobre mis hombros, viendo al Niño Dios, a san José y a María. Y
no me lo creía. ¿Cómo puedo tener tanta suerte?, me preguntaba.
Recuerdo que no podía moverme,
porque era una figura de barro. Notaba que mis pies estaban hundidos en el
musgo, y que de pronto alguien me cogía con sus dedos y me ponía un poco más a
la derecha, pero siempre mirando al pesebre.
Y entonces le dije a Jesús:
-Oh, Señor, yo no sé cómo tengo
tanta suerte. ¿Cómo es posible que yo, un pobre pastor, te esté viendo ahí,
acostado en ese pesebre donde se echa la paja para que la coman los animales?
Te traigo un cordero, pero ¿qué es un cordero para el Rey del mundo? No, tengo
que darte algo más grande, algo más valioso. ¿Qué te puedo dar, Jesús, mi amor,
mi niño pequeño, mi salvador?
No sabía qué podía darle. Y
entonces le pregunté a la Virgen.
-María, ¿qué puedo darle a Jesús?
Y ella me miró y me sonrió. Y su
sonrisa hizo que se iluminase todo el portal con una luz suave y apacible que
te hacía sonreír a ti.
Y me dijo:
-Dale, hijo mío, tu corazón.
De pronto dejé de ser el Papán.
Volví a ser yo, y tenía entre mis dedos al Papán. Lo dejé allí, con los pies
bien hundidos en el musgo, mirando al Niño, y salí a la calle. Sabía muy bien a
dónde tenía que ir: a la casa de mi amigo Marcos. Hacía dos semanas que yo le
había dado una torta porque él me había insultado, porque yo le había dicho algo
feo también. Así que fui a su casa y le dije:
-Marcos, perdóname.
Y me costó mucho pedirle perdón,
porque pensaba que era él el que tenía que pedirme perdón a mí, pero también
pensé que eso era darle el corazón a Jesús. Así que fui y se lo dije.
Y él se quedó muy asombrado de
que yo le pidiera perdón, se quedó con los ojos muy abiertos, como si fuera el
Papán. Creo que aquella Navidad fue la mejor. Desde entonces tengo muy claro
que lo que a Jesús más le gusta es que le entreguemos el corazón. Porque así
habrá siempre paz entre las personas de buena voluntad.
*Cuento dedicado al colegio, escrito por el sacerdote Tomás Trigo (al que agradecemos su colaboración). También será grabado en la radio escolar.
*Cuento dedicado al colegio, escrito por el sacerdote Tomás Trigo (al que agradecemos su colaboración). También será grabado en la radio escolar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario