Acción de gracias a Dios por
el misterio de su amor crucificado; fe auténtica, conversión y apertura del
corazón a los hermanos: estos son los elementos esenciales para vivir el tiempo
de Cuaresma. En este camino, queremos invocar con particular confianza la
protección y la ayuda de la Virgen María: que sea Ella, la primera creyente en
Cristo, la que nos acompañe en los días de oración intensa y penitencia, para
llegar a celebrar purificados y renovados en el espíritu, el gran misterio de
la Pascua de su Hijo. ¡Gracias!
La Cuaresma
se vive como un tiempo de conversión, de renovación personal y comunitaria
mediante el acercamiento a Dios y la adhesión confiada al Evangelio. De este
modo nos permite mirar con ojos nuevos a los hermanos y a sus necesidades. Por
esto la Cuaresma es un momento favorable para convertirse al amor a Dios y al
prójimo; un amor que sepa hacer propio la actitud de gratuidad y de
misericordia del Señor, el cual “se hizo pobre para enriquecernos con su
pobreza” (cfr. 2 Cor 8, 9). Meditando los misterios centrales de la fe, la
pasión, la cruz y la resurrección de Cristo, nos daremos cuenta de que el don
sin medida de la Redención se nos ha dado por la iniciativa gratuita de Dios.
La pobreza de Cristo que nos
enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras
debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de
Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su
confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento,
buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un
niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de
su amor y su ternura.
La Cuaresma es un tiempo
adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos
a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza.
(Fuente: "El blog del Padre José Medina")
No hay comentarios:
Publicar un comentario